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Fecha publicación: 26-06-2012
Autor: Anabel Puente Muñoz

Uno de los aforismos más conocidos en epileptología es que no se deben tratar a aquellos pacientes que muestren una alteración únicamente evidenciada en el electroencefalograma, sin manifestaciones clínicas acompañantes.  Es decir, “los electroencefalogramas patológicos no se tratan”. No hay que olvidar que un porcentaje importante de la población sana puede mostrar alteraciones en el EEG, en especial en la edad infantil. Pero, ¿realmente existen las verdades absolutas?

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En esta línea Binne publicó the Lancet neurology una interesante revisión  en la que se plantea la necesidad de tratamiento en aquellos pacientes, que encontrándose en la edad infantil muestran descargas en el EEG, de las consideradas como subclínicas o interictales. A juicio del autor, durante dichas descargas se produce una afectación transitoria en la capacidad cognitiva del niño hasta en un 50 % de los casos. Estos episodios irían más allá de un mero déficit de atención. El autor los denomina como deterioro cognitivo transitorio (DCT). La mayor parte de las veces, estos déficit suelen pasar inadvertidos y con frecuencia se traducen en forma de retraso escolar o dificultades de aprendizaje, así como en trastornos de comportamiento. Para diagnosticarlos es preciso utilizar una batería de test que sean personalizados, para cada paciente en concreto en función de sus limitaciones y capacidades. Según el autor, los test más sensitivos son aquellos que valoran la memoria de trabajo y las capacidades lingüísticas.

Según Binne, los DCT pueden darse hasta en un 50 % de los pacientes con anomalías en el EEG. Pero va más allá en su reflexión. Propone la existencia de estos DCT en eventos o anomalías de carácter focal y no solo en alteraciones electroencefalográficas con distribución generalizada; como por ejemplo los brotes punta-onda lenta a 3 Hz, sobre los que sí parece existir consenso en relación a su posible repercusión en el rendimiento cognitivo del paciente.

Tampoco debemos engañarnos, a pesar de que disponemos de un amplio arsenal terapéutico, con frecuencia es  difícil reducir o hacer desaparecer estas anomalías. A esto hay que añadir, la posibilidad de que los propios tratamientos antiepilépticos puedan producir déficit cognitivos  de mayor importancia que el propio DCT. No obstante, el autor propone varios estudios,  en los que se comprueba el beneficio de dichos tratamientos.

En conclusión,  cada vez son más las voces que se alzan a favor de tratar a estos pacientes en especial los que se encuentran en edad infantil, para evitar  posibles repercusiones en su posterior calidad de vida. No debemos caer en el dogmatismo. En medicina no existen verdades absolutas, por lo que es necesario valorar cada caso de forma individualizada. Pero tampoco debemos irnos al otro extremo, es bien sabido que en el justo medio esta la virtud  y a menudo la medicina se ha entregado al fervor del sobretratamiento. También este punto se debería evitar en un asunto tan complejo como el presentado, al menos hasta que no dispongamos de ensayos clínicos que lo avalen.